miércoles, 12 de octubre de 2011

Desinformando la violencia de género

Una mujer más ha sido asesinada; sus sueños, sus objetivos, sus ilusiones se han perdido con ella. Una vida más ha sido sesgada; una más, otra persona más.
Y no me importa el cómo, ni el dónde, ni el cuándo, sólo me interesa el porqué; sólo quiero llegar a entender el porqué.


A los medios de comunicación os pido que aparquéis el morbo. No quiero saber si la mataron a punta de pistola, a golpes o con una puñalada mortal que le partió el corazón en dos –o en cuatro, porque ese corazón, seguro, ya antes estaba partido-. No quiero escuchar la opinión del vecindario que no me ayuda a entender.

Yo, lo único que quiero saber es por qué. Porque una mujer, otra mujer ha sido asesinada y necesito llegar a entender el porqué. Y tampoco quiero cifras. Hablamos de vidas… que las cifras no son más que meros datos que, lo queramos o no, acabaremos olvidando.

Contadme cómo se llegan a producir estas situaciones de violencia extrema. Qué desencadena una explosión de brutalidad como ésta, quiero saber cuál es la raíz de ese menosprecio a la figura de la mujer en general, y de la que es su víctima, en particular.

No puedo soportar que frivolicéis sobre los posibles móviles de este nuevo crimen; no lo necesito, para eso ya tengo a los CSI… ¡Por favor! Que estamos hablando de la vida de personas rotas por el dolor de un día a día a manos de aquel que se cree dueño y señor de todo, SU mujer, entre otras cosas… A manos de aquel que ha mamado socialmente (y de esto unas y otros somos culpables) una concepción patriarcal que le ha brindado autoridad y posicionado en las jerarquías superiores: la mujer sometida al dominio masculino; así es y así debe ser. Interesante ¿no? Vaya papelón el nuestro, ¡sí señor! Digo… ¡sí MI señor!

Cuando los medios os empeñáis en contribuir a visibilizar el problema de la violencia de género, sacarlo a la luz –algo muy loable, por otra parte, ya que de esa forma se ha conseguido denunciar públicamente que el problema no es de unos pocos-, lo estáis haciendo, a mi parecer, desde la óptica del sensacionalismo y del amarillismo más escabroso y eso, en modo alguno, sirve de apoyo o de ayuda; más bien todo lo contrario.

Pero ¡claro!, difícilmente puede darse una buena información si no hay formación.

Quizás, lo que no sabéis y por ello no lo podéis transmitir, es que la conducta de las personas está íntimamente ligada al grado de socialización en la infancia que es cuando se construye la personalidad. Que la violencia no es instintiva, se aprende y no puede ser considerada cuestión biológica (de ser así todos los hombres la ejercerían de manera indiscriminada contra toda mujer y dejaría de ser selectiva) y que el origen de todo esto probablemente radica en la aceptación social de roles y papeles distintos que fomentan la desigualdad entre hombres y mujeres.




Estas diferencias se transmiten generacionalmente porque es un sistema aceptado de manera universal, porque ha arraigado como modelo social. La desigualdad de funciones, de papeles, de metas entre hombres y mujeres se ha normalizado y, como norma, se transmite generacionalmente. Es un patriarcado consentido que insiste en la desigualdad entre ambos, aspecto que empieza a perfilarse desde el momento en que se nace: si uno nace niño se le educa en valores de fuerza, resistencia y en la no manifestación externa de sentimiento y/o sensibilidad. Se le viste de azul, se le anima a jugar con camiones y cochecitos y, por supuesto, a que no coja una muñeca… que eso es cosa de chicas.

Desde pequeños, los niños van aprendiendo formas de masculinidad directamente proporcionales al grado de violencia ejercido, así se demuestra en videojuegos, juegos de mesa, películas infantiles... se les educa con el propósito de acentuar, de dar forma y sacar a la luz su virilidad y su hombría.

A las niñas, en el otro extremo, se nos educa, porque así lo marcan los cánones, en el rosa de la sumisión, complacencia y servilismo. Nuestra función: reproductora. Nuestra proyección laboral: ¡¡toda!! mientras sea en las cuatro paredes de la casa, ¿quién si no ha de hacerse cargo de las obligaciones que conlleva mantener un hogar así como de la crianza y educación de hij@s? (Esto de la corresponsabilidad y la conciliación da para mucho, mejor poco a poco…).

Pero nada; de esto, ni mención en vuestros artículos. Eso sí, nunca falta el dato: ¿había denunciado?, ¿tenía orden de protección? Un arma de doble filo: por una parte, se pone el acento sobre la importancia que tiene el dar a conocer públicamente estos hechos para que el conjunto de la sociedad pueda condenarlos, pero por otra, se carga sobre la mujer la responsabilidad de su asesinato sin tener en cuenta ni la mecánica de los malos tratos, el ciclo de la violencia o la dependencia emocional que impide reaccionar a tiempo. Y digo yo, si no dudamos en definir la violencia de género como terrorismo doméstico, pensemos: en igualdad de condiciones ¿culpamos a los que han muerto víctimas del terrorismo por no haber salido del País Vasco?

¿Y qué causa todo esto?

Para mí, sin duda, el principal motivo es la falta de formación especializada de los profesionales. Al mismo tiempo, la inmediatez y síntesis propia de la urgencia informativa impide que se trate la información con el rigor que debiera. Se están contando todos los casos de tal manera que me da la sensación de que se habla siempre del mismo, de un “prototipo”, cuando realmente cada uno está inmerso en una historia que difiere por completo de otra, pese a que una base de desigualdad subyace en todas.




Escucho las noticias. Parece que hay una nueva víctima, otra mujer asesinada. Es la número… ¿qué más da?
Ahora necesito saber, ¿hasta cuándo?
Porque, como dijo Marcel Proust: “Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”.


Saludos,
Una ventana para generar igualdad

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